Caía la tarde en Wukro. Los tonos anaranjados tomaban el mando sobre un paisaje tamizado por ellos. El dorado acariciaba las esquinas de las casas y las personas. El cielo plomizo, con cierta bruma de arena flotando, redondeaba un sol perfecto languideciendo en el horizonte. Pareciese que el ritmo de la ciudad, de sus habitantes, se tornase más pausado; como unos juguetes que poco a poco van perdiendo su cuerda. Todo cobra un romanticismo magnético en esas horas mágicas donde el fotógrafo siente un flechazo de amor..